Los fotógrafos de producto son como los agentes secretos de las películas. Cobran por hacer el «trabajo sucio», lo difícil, las fotos que nadie quiere hacer. No firman, no dejan rastro.
Las fotos más difíciles de hacer para un fotógrafo, a veces, son las fotos de catálogo. Horas de trabajo y sudor (los focos se calientan, MUCHO), fotografías cuasi perfectas, casi idílicas, así lo pide el briefing, donde se recrean sueños que se transforman en ventas. Sobre una mesa de bodegones se crea la ilusión que separa a la gente de su dinero.
Fotos que luego acaban en miles de páginas de catálogos impresos o en las fichas de producto de las tiendas online de medio mundo. Los siempre anónimos fotógrafos de producto ven sus creaciones en los pasquines, en los flyers, en las bibliotecas de fotos de stock; carteles, banners, animaciones, páginas web, anuncios en la tele… Las ven sus amigos de la infancia en los catálogos del Media Markt. Sus padres, que todavía no saben a qué se dedica su hijo, consultaron un catálogo y compraron un nuevo microondas que su prole fotografió el mes pasado. Su pareja al pasar una página impar se enamoró de una bufanda bañada de colores de otoño sin saber qué mano creó esa imagen.
Y así transcurre la vida del fotógrafo de producto. Oculto en su estudio, coloca una pieza tras otra del puzzle de cada bodegón. Ilumina, coloca, descoloca, prueba, rellena, inclina, se le cae, vuelve a colocar, no vale, repite… Estalla un foco. Se va la luz. Un producto se lo mandaron defectuoso.
Un fotógrafo de catálogo es como un agente secreto. Hace el trabajo de forma impecable, en un límite de 48 horas, es anónimo y trabaja siempre al servicio de su majestad la venta. Y llega a casa a la hora de la cena, sin que nadie sepa qué ha hecho las últimas diez horas encerrado entre cuatro paredes.
La tendencia en fotografía era que el ego, la firma, se pagara algo más cara que una foto de catálogo anónima, normalmente más complicada y que, además, hoy con el auge de la venta online ya genera más ventas que muchas fotos de moda. Ser anónimo no significa que por eso se deje de cobrar un salario mínimamente sostenible. Un fotógrafo de catálogo trabaja con objetos pero no deja de ser humano. Como nosotros.
Un gran post, me encanta como lo relatas.